Cuando la noche parecía eternizarse sin que se vislumbrara la claridad del amanecer; cuando parecía que la canallada y la insensatez se iban a imponer sobre el buen juicio y la buena voluntad; cuando parecía que íbamos a sucumbir y la nave del país iba a encallar en los arrecifes de la desventura; cuando estábamos al borde de convertirnos en una Venezuela, cuando solo unos cuantos jovencitos, que por la corta edad carecían del apego conservador a los bienes y a la vida misma, fueron los que se levantaron vestidos de verde esperanza, todo parecía que el mañana no prometía muchas cosas buenas y que la suerte estaba echada.
Pero apareció un héroe que detuvo en seco el recorrido hacia el abismo, cargando sobre sus hombros la enorme responsabilidad de desviar el camino hacia la dictadura, para conducirnos por la senda de la libertad, la equidad y la justicia. Cuántos sacrificios personales y cuántas pruebas tuvo ese hombre que soportar. Lo tenía todo y lo arriesgó todo, su tranquilidad familiar y hasta su vida, cual cristo de la liberación.
Hoy encuentra un país en ruinas, en medio de una pandemia mundial de alcance terrorífico.
En mi caso particular entiendo que ya Luis Abinader es un héroe, por haber llegado hasta aquí sin doblarse ni rendirse; que necesitará el concurso de todos para ir realizando las transformaciones pendientes de cientos de años.
Soportamos en silencio grandes atropellos, fraudes electorales, saqueos del erario público, componendas inconstitucionales y casi al borde del precipicio Dios nos envía un mensajero de buenas nuevas y buena voluntad. Voluntad que ya se puede apreciar en las acertadas designaciones que envían un buen mensaje.
Ahora todos podemos aportar a ese cambio, pero no podemos presionar ni exigir tanto a quien ha dado tanto. Tendremos que esperar el tiempo que tome el arreglo de tantos entuertos, para los cuales no existen varitas mágicas. El solo evitar que las cosas empeoren, ya de por sí sería un triunfo. Pero tenemos el optimismo de que mejorarán.
OPINA. Alejandro Asmar